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Cronica del turismo de antaño en el Valle del Choapa

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POR CHRISTIAN AGUILERA

Los viajes, medios de transporte y los caminos de Chile eran muy distintos a fines del siglo pasado en relación a la actualidad. Esgrimiendo una expresión contemporánea, tal vez el denominado “turismo aventura” sea el que más se aproxima, respecto a las condiciones en que se efectuaban aquellos primeros viajes por la Provincia de Choapa.

 

Esta zona se caracteriza primero por ser una de las que más tardíamente lograra integrarse al sistema ferroviario del país, marcando su relativo aislamiento, unido con períodos de sequías que se dejan sentir con fuerza en el Valle del Choapa y otros sectores. Ambos factores influirán invariablemente en la fluidez de las comunicaciones, el trasporte y también en el turismo. Esta realidad fue palpada en un viaje del mineralogista polaco Ignacio Domeyko, quien se aventuró en esta zona en 1845, y por reconocimientos costeros del marino Francisco Vidal Gormaz en 1869, entre otros testimonios y crónicas de la época.

 

Los viajes menos dificultosos por las condiciones del medio ambiente y la geografía eran los que se realizaban siguiendo el curso del valle. En cambio, hacia Combarbalá y la costa, el paisaje imponía sus condiciones. Por esta razón, si un viajero o turista deseaba conocer, por el simple placer de descubrir nuevos lugares y paisajes, debía soportar las mismas dificultades que cualquiera que se trasladara por otros motivos.

 

El testimonio de Ignacio Domeyko, que pasó a principios de 1845 en viaje hacia Illapel, revela con detalle las características del paisaje, cuya naturaleza aun perduraba a fines de siglo. Domeyko señalaba: “Este valle, desierto y seco, se inicia entre rocas, en cuyas estribaciones occidentales se ve un inmenso bosque de cactos, espinoso, gris, del mismo color de las rocas. Los cactos pertenecen a la especie más alta de la familia. Algunos llegan hasta los ocho metros de altura, les llaman lormata, y se ramifican en forma de enormes candeleros; dan una flor blanca y después una fruta similar al higo, algo ácida. Para abigarrar y animar, este arbusto seco y gris, se asienta y arraiga en él una planta parásita (heirantus) espléndida, con una flor color carmesí llamativo y frutas rojas, a veces sin hojas, a trechos verdeantes. Los viejos cactus acicalados con flores prestadas se parecen desde lejos a mujeres añejas pintadas con colorete, y el aspecto de ese bosque espinoso, por su forma, color y situación sobre la empinada estribación del cerro, no se parece a bosque alguno, es original y difícil de describir” (Ignacio Domeyko, Ob. Cit., página 472, 1971).

 

Por otro lado y hacia el 1869, las exploraciones del marino Francisco Vidal Gormaz, que comprendieron el litoral entre el río Choapa y el puerto de Los Vilos, revelaban características similares, en un tramo que incluía a cuatro haciendas, indicando: “la vegetación es escasa, prevaleciendo de ordinario en los campos y los cerros el quisco y el cardón, corta cantidad de pasto blanco y alfilerillo, uno que otro boldo extenuado por los vientos y algunos otros arbustos. Sin embargo, de esta pobreza, los años lluviosos dan a los campos abundantes pastos para el ganado, mientras que los secos obligan a internarlo a la cordillera para salvarlo de la muerte a su aniquilación” (Francisco Vidal Gormaz, página 12, 1870).

 

Si bien la descripción del paisaje no ha variado radicalmente y las condiciones de los accesos y caminos interiores del valle del Choapa han mejorado bastante, hay que recordar que las primeras incursiones para cubrir grandes distancias no eran las mejores en invierno, por tanto los illapelinos y habitantes del Choapa se las arreglaban en primavera y verano para soportar las altas temperaturas y los viajes. Para ello, no sólo consumían un buen helado o una refrescante cerveza preparada en el mismo lugar, sino además realizaban viajes a lugares cercanos o se refrescaban en lugares adyacentes a la misma ciudad.

 

En aquellos meses de calor se habilitaban baños de natación en Illapel. Empresarios privados competían para ofrecer sus servicios, apareciendo por ejemplo, avisos en la prensa como el siguiente: “Se anuncia que desde esta fecha están a la disposición del público los cómodos y aseados baños de natación, de lluvia y baños tibios, en el conocido establecimiento de la señora maría castellano y de Ramírez. El aseo y la comodidad que presentan los departamentos de estos baños, tanto para las señoras como para los caballeros que desee en frecuentarles, es por lo demás satisfactorio”.

 

Cerca de Illapel, los “Baños de Auco”, ubicados a 8 kilómetros de la ciudad, también recibieron menciones publicitarias en aquel tiempo. De acuerdo a un comentario local, los baños constituían un “lugar ameno y lleno de atractivos, circundado de multitud de chacras y verduras, hacen de él un paseo de recreo obligado de paseantes y bañistas” (“La Hora”, 12 marzo de 1893, Illapel, B.N).

 

Al parecer, el lugar favorito de paseo en la época continuaba siendo Cuzcuz, ya que incluso se pensaba que los “Baños Aucos” desplazarían al lugar tradicional…”Cuzcuz perderá su preponderancia y antigua fama que había logrado captarse de todas las personas que querían darse un alegre pasatiempo visitando ese lugar, después de sus tareas diarias que hacen tan necesario el descanso”, sentenciaba el mismo artículo.

 

Respecto a la costa, una vía de tráfico frecuente la constituía el camino entre Illapel y Los Vilos, sobre todo transitado por coches, carretas, caballos y tropas de mulas. Esta ruta se cubría en coche y después se hizo por ferrocarril, con salidas cada ciertos días. Por lo tanto, para un simple turista de verano, viajar 68 kilómetros no era un itinerario muy sencillo. Sin embargo, un corresponsal de Los Vilos, informaba que en la “temporada de baños”, algunas familias de Illapel llegaban al puerto, alternando su estadía con paseos a Quereo y Conchalí (Memorias de Marina, página 31, Santiago, B.H.I.A.).

 

Como bien señala un informe de Francisco Vidal Gormaz, desde 1855 se encontraba habilitado el puerto de Los Vilos, sirviendo para el tráfico de los Departamentos de Illapel y Petorca. Muchos de los viajeros (o turistas) del Choapa se embarcaban durante todo el año, en los “vapores de la carrera” que hacían el tráfico de cabotaje hacia Valparaíso y al norte. En ocasiones los viajeros se aventuraban hacia las tierras de Quilimarí, pero las condiciones no eran las mejores por la falta de buenos caminos y recursos para reaprovisionarse. A pesar de ello, en el pueblo de Quilimarí podía encontrarse alguna posada para descansar, alimentarse y obtener forraje. Recordar que hacia el 1875 esta localidad tenía 1.386 habitantes, contando con escuelas, correo e iglesia parroquial. Se ubicaba a 6 kilómetros de la Bahía de Pichidangui, desde donde se extraían mariscos y pescados para el consumo local y de las localidades interiores.

 

Si bien, más de algún viajero o turista illapelino y del Choapa aprovechaba de disfrutar de la modernidad artística y otras novedades urbanas en Valparaíso y Santiago, las fiestas locales constituían un medio de disfrute para la gran mayoría, atrayendo muchas veces la población de lugares cercanos, en una especie de turismo interno. Tal era el caso de las Fiestas Patrias, celebradas como en otros lugares del país, durante varios días. En el Illapel de fines del siglo, las carreras de caballo “a la chilena”, los desfiles, fuegos artificiales, chinganas con música y bebidas “espirituosas”, constituían un atractivo para los habitantes de los sectores rurales.

 

Las fiestas religiosas, tanto de Illapel como Salamanca, eran igualmente otros acontecimientos que llamaban la atención de los lugareños y afuerinos: engalanamiento de ventanas, construcción de altares y procesiones llevando santos en andas, junto al homenaje de cofradías danzantes, ocupaban un lugar especial en el calendario anual, sobre todo de las ceremonias de Semana Santa. En otras fechas, cuando no había celebraciones de esta naturaleza, el viajero podía encontrar algún circo o espectáculo de zarzuela en Illapel y Salamanca.

 

Los testimonios y crónicas históricas de fines del siglo pasado, no dejan de reiterar aspectos recurrentes que han influido en la vida del Valle del Choapa: las distancias y el ciclo climático sobre el desplazamiento, los transportes y el turismo. Sin embargo, el hombre de aquel tiempo siguió conviviendo con las dificultades, combinando el trabajo con el descanso, incorporando y haciendo convivir la modernidad con las antiguas tradiciones, alternando el transcurrir de su vida cotidiana con el esparcimiento y el turismo y, por último, permaneciendo en el mismo lugar o viajando por negocios, asuntos personales o placer. Cuando decidía hacer esto último, no hay duda que aquellos viajes tenían mucho como diríamos hoy, de “turismo aventura”.

 

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